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miércoles, 14 de noviembre de 2012

¿Qué esconde la leche?

“La mantequilla, la leche y el queso están implicados en una mayor tasa de cánceres hormonales, y en particular el cáncer de mama”. Así de contundente se mostraba la doctora Ganmaa Davaasambuu, investigadora de la Escuela de Salud Pública de Harvard, en una intervención que realizó en esa universidad en 2006. Desde entonces, y cada vez con más fuerza, la leche, un alimento que siempre se había promocionado como saludable e indispensable en nuestra dieta, ha ido ganando enemigos, y una mala prensa no siempre justificada.
Según Davaasambuu, el problema no está en la propia leche que, insiste, “es un alimento de gran complejidad que contiene altos niveles de nutrientes beneficiosos incluyendo calcio y vitamina D” sino en cómo se obtiene. En su opinión, el problema reside en la leche que se ordeña de vacas que están en periodo de gestación, cuya leche contiene 33 veces más sulfato de estrona –la molécula que surge de la propia estrona, la hormona estrogénica predominante en la menopausia– que la leche de vacas no preñadas. Esto, según la doctora, podría tener importantes efectos sobre el ser humano, que aún no han sido convenientemente estudiados, pero que, insiste, se pueden inferir de datos estadísticos. Por ello la ratio de cánceres de origen hormonal en países como Suiza o Dinamarca, donde se consumen muchos lácteos, es notablemente mayor que en países como Algeria o China, donde el consumo de lácteos es casi residual. La idea se repite en numerosas páginas de Internet, Power Points que circulan de reenvío en reenvío y conversaciones familiares que empiezan a poner la leche en el punto de mira. En EE.UU. incluso existe un poderoso lobby de doctores veganos, el Physicians Committee for Responsible Medicine, que hace campaña en contra del consumo de leche. ¿Qué hay de cierto en todo esto?
Según explica el doctor Javier Puente, asesor técnico nacional de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), “no existe una evidencia sostenible y clara para recomendar la no ingesta de un alimento lácteo para evitar un tumor”. Sí existen, cuenta, ciertas relaciones en estudios observacionales, pero no una relación directa científicamente probada, algo que sólo se ha evidenciado en alimentos como el café o los ahumados, en altas dosis, y sólo para un tipo de tumores.
Puente reconoce que a la AECC llegan muchas consultas sobre la relación entre alimentos y cáncer y que existe cierta confusión sobre lo que se debe tomar o no, puesto que en Internet se puede encontrar mucha información al respecto que no es todo lo rigurosa que debiera. En el caso de la leche, explica Puente, las alarmas han saltado debido a ciertas investigaciones observacionales que afirman que una sobreexposición al calcio podría estar ligado a ciertos tumores, pero solo se ha constatado en consumos que no tienen nada que ver con lo que es habitual. En definitiva, asegura, “no hay nada que temer”.
Se pueden crear mitos alrededor del mito
Al margen de la polémica respecto al cáncer, recientes estudios han alertado de la posible presencia de determinados elementos tóxicos en la leche, que han vuelto a avivar el debate sobre los peligros de ésta. Es el caso de un estudio del Grupo de Investigación en Medio Ambiente y Salud y del Servicio de Toxicología Clínica y Analítica de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, publicado este verano, que evalúa el nivel de exposición de la población española a ciertos contaminantes químicos de alta persistencia ambiental y de conocidos efectos tóxicos, a través del consumo de leche. Su conclusión es que, aunque los niveles están siempre por debajo de los límites máximos establecidos por la legislación europea y española, son mayores en determinadas marcas de leche, y podrían suponer en problema en personas cuyo consumo sea alto.
“En nutrición no hay riesgo cero”, asegura Susana del Pozo, directora de análisis de la Fundación Española de la Nutrición. “Todos los alimentos tienen partes positivas y negativas”. Pero de ahí a decir que la leche provoca cáncer hay mucha diferencia: “Para asociar un alimento a una enfermedad tiene que haber una relación importante y cuantificable. No se puede trasmitir a la población los mensajes de esta manera. Tiene que haber los suficientes estudios y evidencias científicas. Y no las hay. Se puede crear un mito alrededor de un mito”. Y esto, según del Pozo, puede provocar un grave problema de salud pública, en la medida en que empuje a la gente a no consumir leche: “No se pueden cubrir las necesidades de calcio si eliminamos los lácteos de nuestra dieta. Lo importante de una dieta es que sea equilibrada, moderada y variada, y si quitas la variedad eliminando un alimento de la misma, quitas uno de los pilares de la nutrición correcta”.
Uno de los argumentos más escuchados en contra de la leche, se basa en la idea de que no es un alimento natural, en la medida en que el resto de animales solo la consumen durante la lactancia, y no la en la edad adulta. Para Del Pozo este argumento se cae por su propio peso pues, en su opinión, no tenemos por qué consumir lo que consumen el resto de animales. “No he visto a ningún animal tomar vino, ni cocido madrileño”, cuenta la nutricionista, “de hecho, no cocinan los alimentos, y no significa que sea bueno”.
Un historia de adaptación a la leche
La doctora Carmen González Candela, Jefa del Servicio de Nutrición del Hospital La Paz, cree que, de un tiempo a esta parte se ha formado en el entorno de la medicina alternativa un importante frente antileche cada vez más poderoso, que está promoviendo una campaña en contra del consumo del lácteos. Y cree saber porque tiene tantos adeptos: “Todo esto tiene que ver con la intolerancia a la lactosa. La sufre mucha gente y sus síntomas son muy raros. Muchos no van al médico, pero dejan de tomar leche, ven que se encuentran mejor, y llegan a la conclusión de que la leche es muy mala”.
Según la doctora González, solo en España, la intolerancia a la lactosa podría afectar al 30% de la población. Su incidencia tiene un importante componente genético. La intolerancia es mucho más frecuente en otras zonas geográficas, sobre todo entre africanos y asiáticos, donde la prevalencia oscila entre el 65% y el 100%. En las poblaciones nórdicas y escandinavas, apenas alcanza el 5%. En España tenemos el caso de la comunidad gitana, donde la intolerancia tiene una prevalencia de casi el 100%.
¿A qué se debe esta gran diferencia? Según numerosos estudios, se debe a la evolución misma de la práctica ganadera. La leche ha sido un alimento consumido desde tiempos inmemoriales. El consumo regular de leche por parte del hombre se remonta al Neolítico, y el hallazgo de pinturas rupestres en el desierto del Sahara indica que el ordeño ya existía hace unos 4.000 años a. de C. Pero no se ha consumido en todo el mundo. En aquellas regiones donde se ha consumido más leche la población ha desarrollado la capacidad de procesar ésta durante toda la vida –gracias a la enzima lactasa–, una habilidad que, en el resto del mundo, desaparece al alcanzar la madurez. De hecho, según explica González, “se cree que la última mutación genética conseguida por el ser humano es la del gen que sintetiza la lactosa, pues se trata de una buena solución adaptativa”.
Pero hay quien no tiene esta habilidad, y la prevalencia de la intolerancia ha sido un asunto que ha sabido aprovechar bien la industria alimenticia. Según un estudio de mercado de Zenith Internacional, las ventas de productos lácteos sin lactosa a nivel global se triplicaron entre 2007 y 2012, pasando del 2,5% al 4,5% de cuota de mercado. Y curiosamente, España es, junto a Estados Unidos, los países escandinavos, y Alemania, el lugar donde el mercado de este tipo de productos está más desarrollado.
Al margen de la intolerancia a la lactosa la doctora advierte de otro problema añadido al consumo de leche: la gran cantidad de grasa de origen animal que esta contiene. Por eso recomienda que, pasada la adolescencia, se consuma sólo leche desnatada o semidesnatada.

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