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lunes, 5 de noviembre de 2012

EL EJERCICIO Y LA CARDIOPATÍA


El ejercicio aumenta las necesidades metabólicas, y las principales modificaciones que origina son el incremento del gasto cardíaco y del consumo de oxígeno, el aumento del retorno venoso, el incremento de la contractibilidad del miocardio y la disminución de las resistencias periféricas.
La patología cardiaca en cualquiera de sus cuatro formas básicas (coronaria, valvular, miocárdica o congénita) es capaz de alterar el intercambio de oxígeno (O2) y dióxido de carbono (CO2) durante la actividad física.
El tratamiento de las diversas afecciones cardiacas ha variado sustancialmente en los últimos años, pasando de la imposición de reposo absoluto y prolongado en enfermedades como infarto de miocardio, a la prescripción de ejercicio físico precoz y de intensidad progresiva, aunque controlado médicamente.
En el caso de los niños, es preciso que se realice una valoración completa de la situación cardiovascular, con el fin de tener toda la información posible del estado del paciente.
Resulta difícil regular la participación de niños con cardiopatía congénita o adquirida en actividades deportivas, debido a las dificultades para cuantificar el esfuerzo miocárdico durante el ejercicio. Depende del tipo de actividad recreativa y del tipo de cardiopatía.
Control:
Las recomendaciones para que el ejercicio físico sea seguro y saludable para un paciente con cardiopatías incluyen modificaciones de la dieta y con suplementos de sustancias antioxidantes o inmunomoduladoras, material deportivo adecuado y un programa de ejercicio físico correcto, con una fase inicial de calentamiento, seguida de la adaptación muscular y ejercicio aeróbico dinámico, finalizando con un enfriamiento progresivo.
  • Período de calentamiento: el inicio del ejercicio siempre debe ser progresivo, tanto en intensidad, como en los grupos musculares que van a trabajarse durante el calentamiento. La elevación progresiva de la temperatura corporal disminuye la viscosidad articular y aumenta la elasticidad muscular, reduciendo las resistencias.
  • Ejercicio aeróbico: los ejercicios que se deben recomendar son los isotónicos o dinámicos (andar, bicicleta, nadar, correr, etc.) pero siempre a una intensidad suave a moderada. El paciente tiene que experimentar una sensación agradable mientras lo realiza, nunca de fatiga. Para que el estímulo de esta fase sea adecuado, se precisa una duración de 30-45 minutos, que pueden llevarse a cabo de forma continua o a intervalos, siempre dependiendo de cada persona.
    Se aconseja hacer las sesiones de entrenamiento en días alternos, para que el organismo asimile el trabajo realizado.
  • Adaptación muscular: el ejercicio aeróbico y dinámico es el que aporta más beneficios cardiovasculares. Un aumento del desarrollo muscular reduce el riesgo cardíaco.
    El estímulo necesario para el desarrollo muscular debe ser gradualmente progresivo, en varios intervalos, de pocas repeticiones a lo largo del día.
  • Enfriamiento progresivo: la finalización del ejercicio también debe ser gradual hacia el enfriamiento, con ejercicios de estiramiento suave y de relajación progresiva.
A la hora de practicar ejercicio, hay que tener en cuenta una serie de recomendaciones con respecto al material deportivo utilizado. Por ejemplo, el calzado debe ser adecuado, disminuyendo las cargas en las articulaciones de los miembros inferiores y que reduzca las molestias relacionadas con los procesos artrósicos. Al igual que las ropas sueltas, ligeras y transpirables, que eviten el aumento de temperatura corporal facilitando la evaporación del sudor y que hagan el ejercicio más agradable.

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